En la primera parte de esta serie de publicaciones que llevan por título “Derecho a una alimentación sustentable” partimos de la creciente preocupación por el consumo de alimentos que sean acordes al principio constitucional y convencional de sustentabilidad. En este marco empleamos a modo ilustrativo la investigación impulsada por la FAO Livestock’s Long Shadow: Environmental Issues and Options (2006).
Avanzamos con otro ítem de dicho documento poco conocido por la gente: los efectos de la ganadería en el cambio climático.
La expansión de tierras para la ganadería a expensas de los bosques suelta en la atmósfera grandes cantidades de gases de efecto invernadero (GEI) que se originan, por ejemplo, en la fermentación ruminal, desechos del ganado, cultivo de leguminosas para la fabricación de piensos destinados a la alimentación de los animales y fertilizantes químicos aplicados a dichos cultivos.
Uno de los principales GEI es el dióxido de carbono, el cual se libera cuando los bosques se convierten en tierras de pastos o tierras agrícolas para el cultivo de piensos. La incidencia de la ganadería en el cambio climático ha sido objeto de especial análisis por la FAO. En el 2013 publica “Tackling climate change through livestock – A global assessment of emissions and mitigation opportunities”, expone entre otras cuestiones relacionadas que el ganado vacuno es el que más contribuye a las emisiones de GEI con alrededor de 4,6 gigatoneladas de CO2 -eq, que representan el 65% de las emisiones provenientes de las actividades pecuarias. De esta forma, señala el informe que: “El ganado vacuno de carne (que produce carne y productos no comestibles) y el ganado vacuno de leche (que produce carne y leche, además de productos no comestibles) generan cantidades similares de emisiones de GEI”.
A su vez, asegura que la carne de vaca es el “producto” básico con los niveles más altos de emisiones totales y de intensidad de emisiones, puesto que: “[C]ontribuye con 2,9 gigatoneladas de CO2 -eq, o el 41% de las emisiones totales del sector, mientras que la leche de vaca lo hace con 1,4 gigatoneladas de CO2 -eq, o el 20%. Vinculado con esto la carne de vaca es el “producto” con la mayor intensidad de emisiones, ya que su promedio es de más de 300 kilogramos de CO2 -eq por kilogramo de proteína.
Esta información que hemos resumido a grandísima escala es tan solo un pequeño ejemplo de cómo nuestras prácticas habituales en materia de alimentación provocan un costo ambiental de enormes magnitudes. Sin embargo, conocerla es un paso fundamental de cara a reclamar por un derecho a la alimentación de carácter sustentable. Una vez más, debemos conectar los hechos con la letra de la Constitución Nacional de cara a poder concretar la exigencia ambiental que nos obliga a realizar actividades productivas (en este caso en materia de alimentación) que satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras.
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Ignacio Sáenz Valiente
Socio | Asesoramiento Corporativo y Reorganizaciones Societarias
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